El mar en invierno

De paseo por la playa me acuerdo de la reflexión del fotógrafo japonés Hiroshi Sugimoto sobre su trabajo que dice, “cuando el primer humano se puso en pie y miró el mar, qué vio? Y qué compartimos nosotros con aquella visión? Sugimoto descubrió que la cámara para él es una máquina capaz de representar el sentido del tiempo.

Su reflexión sobre el mar y el tiempo, me descubre una sensación bella y me hace pensar en la gente que pasó por aquí.
El mar está siempre, cada momento es diferente, en constante cambio, pero sigue siendo el mar mismo.
Lo vieron los iberos, los fenicios, romanos, árabes, los reconquistadores y reyezuelos. Todos se instalaron un buen tiempo por aquí dejando memoria, tanto en la costa como en el interior de la provincia. Ahora son los turista. Llegan del norte de Europa y llenan las playas en verano, a bañarse en las aguas tibias, la piel de colores vibrantes al sol.
En otoño se vacía de nuevo y otro tipo de visitante llega a disfrutar. La playa se recupera  para ellos. A jugar con la pelota, a rebozarse como las croquetas y bañarse en el agua cada día más fresca.g
Llega el invierno, el aire y el mar se agitan. Montañas de agua evaporada en el cielo tapan el sol y la luz pálida vuelve a los brillantes azules y verdes en colores grisáceos. Caminamos por los senderos de los acantilados. De repente nos parece la marina de la Bretaña, o el mar del norte con su agua gélida bajo una luz plomiza.
Aun así quedamos los amigos y estrenamos el año nuevo con un baño a las diez de la mañana. Un baño rápido y refrescante que hace hervir la sangre, despeja el alma y la mente. Nos envolvemos poco rato con la toalla. Ha salido el sol y nos secamos al aire. Así es el Mediterráneo.